Así empezaba mi horóscopo de aquella
semana, el de Rob Brezsny en el Village
Voice. Cualquier cosa que brilla debe ser observada…
En el New
York Times, un artículo hablaba de la decadencia del material digital
“nacido digital” (born digital), “en
ultima instancia un cúmulo de 0’s y 1’s”, decía. ¿Cómo almacenar, preservar y
hacer accesible un material, que se degrada a una velocidad alarmante y cuyo
acceso, discriminación y preservación está resultando complejo? Sobre todo
cuando la única experiencia para ello está en manos de órganos de cumplimiento
de la ley. En un futuro de ciencia ficción en el que una catástrofe nos llevara
a la destrucción de los archivos y su tecnología, la nuestra sería una
civilización, un poco al estilo de las civilizaciones prehistóricas, de la que
no quedaría rastro. Las antiguas civilizaciones aztecas, egipcias etc. darían
mejor cuenta de sí.
¿Por qué hablar del material digital? Porque
cada día está más cerca de la desaparición, no sólo por su fragilidad sino por
saturación. Cada día parece estar más cerca del registro oral. Hay algo que me
atrae de todo en relación a la naturaleza del documento, un documento tan
frágil, que está, efectivamente, al borde de la desaparición o la ineficiencia.
Cuando hablamos de la performance como una forma de arte cuya cualidad es la
tendencia a la desaparición, no puedo sino reflexionar sobre la relativa
inmanencia de los registros.
Me pidieron que pensara en una película para
un ciclo de cine y estuve revisando algunas de mis favoritas: primero veo News from Home y Hotel Monterrey de Chantal Akerman. Mirando Hotel Monterrey observo que he reproducido sin darme cuenta uno de
los planos en el hotel de Mear en
espacios públicos o privados. News
from Home, me sorprende por su relación con Sans Soleil de Chris Marquer, otra de mis películas favoritas. Sans Soleil es eficaz como una vista de pájaro. Las veo una
detrás de la otra y noto que ambas películas tienen la misma estructura:
imágenes/documento de una ciudad o ciudades y cartas que una voz en off va
leyendo. Estas cartas en Sans Soleil
son de un cámara, dirigidas a una destinataria que en voz en off nos las
relata. En News from Home son las
cartas escritas por su madre a “Chantal” que se ha mudado a NY recientemente.
Sobre imágenes de los años 70 de la ciudad, la voz en off de Chantal Akerman va
leyendo las cartas de una madre que
apenas ofrece “noticias de casa” pero que demanda “algo” ininterrumpidamente
hasta resultar prácticamente abstractas.
Mi gusto por las películas de Chantal Akerman viene de cuando empecé a alquilarlas en Kim’s
Video, al llegar a NYC hace quince años. Kim’s es un videoclub que entonces
estaba en Saint Marks Place y que tiene
una colección de películas fantásticas.
Me
interesa el uso que Chantal Akerman hace
de la cámara, que en ocasiones es casi documental. En Hotel Monterrey la cámara parece una cámara oculta. La imagen es
casi abstracta en unas tomas larguísimas de hasta dos minutos y el tiempo
parece detenido en planos que podrían ser fotografías. Los encuadres
descentrados no se ajustan a la convención a la que estamos acostumbrados en el
que el elemento estelar se encuentra en el centro.
La
“película” no es tanto narración como gesto conceptual: News from Home, Hotel Monterrey, La
chambre... Estas películas mantienen
una conexión con lo que ha sucedido “de verdad” siendo imágenes producidas por
la realidad. No es la cámara las que las produce sino al revés. Son imágenes,
no tanto documentales, sino registros de algo real, las cartas de la madre, los
pasillos del hotel…
Chantal
Akerman nos dice en relación al tiempo en sus películas, “el tiempo es mío”, a
diferencia de cuando lees un libro, en el que el tiempo es el tuyo propio. El tiempo
le interesa como sujeto. Ésta es una de las cualidades que más me interesa de
sus películas; el tiempo necesario en una toma para que percibas que el tiempo
pasa. ¿Cuándo decido cortar una toma? se pregunta.
En una performance que realicé para ARCO este
año (How do you do?) me despedía de
la audiencia ininterrumpidamente. De pie, delante de un pie de micro, repetía
un registro sonoro en loop que básicamente consistía en las palabras “gracias”,
”muchísimas gracias”, mientras me inclinaba ante el público para alcanzar el
micrófono. ¿Cuándo termina la performance? ¿En qué momento decides parar?
En este caso, hacia los 14min de gracias
ininterrumpidas, el público empezó a aplaudir, como si el performer necesitara
un gesto, el gesto del aplauso que denota el final y el permiso del público
para despedirse. Así que me detuve. Me pareció que había una razón para ello.
La performance tenía la cualidad de poder
haber seguido hasta el infinito. Me había apropiado del aplauso para la
performance, para poder delimitar su tiempo con posibilidad de infinito (si no
hay un gesto que la detenga). El público que se había reunido podía o no haber
aplaudido, aunque me pregunto si esta posibilidad es real o si los gestos que
nos identifican, como público y como performer, no están ya demasiado
integrados para que decidamos ignorarlos.
Although the really peculiar thing about me, demographically, is
that I probably watch less than twelve hours of television in a given year, and
have watched that little since age fifteen. (An individual who watches no
television is still a scarcer beast than one who doesn't have an email
address.) I have no idea how that happened. It wasn't a decision….
… Because I need to have a life and waste time and write.
(William Gibson on his website)
Comparto con William Gibson (autor de Patern Recognition, Idoru, Neuromante…)
la particularidad demográfica de ver unas 12 horas al año de TV. Gibson nos
dice que el tiempo medio que una persona invierte mirando la TV es el que él invierte
escribiendo, lo cual no me explica por qué ha escrito tan pocos libros. Me temo
que la media de visionado de TV es mucho
más baja de lo que yo creía.
La TV sucede en su propio tiempo. No
tengo problemas con alquilar vídeos en el videoclub, internet, o leer cualquier
libro, pero no soporto ese tiempo de la
TV en el que la programación sucede independientemente de mí.
El tiempo de las
películas de Chantal Akerman se parece al tiempo real, al mío propio, quiero
decir, y no al de la TV. Soy
yo mirando esta toma de un pasillo quien se pregunta cuándo decidirá cortar.
Soy yo mirando cómo Jeanne Dielman (Jeanne
Dielman 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles) prepara un café o baja en
ascensor. Pero este tiempo permanece, no ha sido escamoteado de mi existencia,
a través de planos sostenidos y de una mirada distanciada. Es difícil explicar
lo que sucede con el tiempo en las películas de Chantal Akerman, es como si no
perdieras la conciencia del yo. Ésta, cualidad habitual en el entertainment, es una característica
ajena a sus películas.