MARÍA JOSÉ
BELBEL
Spivak se escribe con v
Se ha celebrado en el Museo de Bellas Artes de Bilbao la exposición Kiss Kiss
Bang Bang, 45 años de arte y feminismo, comisariada por Xabier Araquistain. Se
trata de una de las primeras exposiciones feministas colectivas internacionales
en el estado español que continúa el trabajo pionero ya realizado a principios
de los años noventa, a escala más modesta, por otros proyectos expositivos como
100 x100: diez artistas andaluzas, comisariada en 1993 por Mar Villaespesa,
para el Museo de Arte Contemporáneo de Sevilla. En la década en curso, se han
realizado diversas exposiciones individuales de artistas feministas
estadounidenses y europeas, pero la mayor parte de ellas ha adolecido de la
necesaria contextualización en el feminismo como movimiento político artístico
colectivo, lo que ha minimizado la importancia del arte feminista como
generador de discursos y apenas ha servido para visibilizar el trabajo
realizado por las artistas feministas en nuestro país, así como para promover
contextos y redes de trabajo locales, saberes/poderes productivos.
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Chúpame el código 2.0 Ciberfeminismo en tiempos de guerra
En 1997, un grupo de mujeres firmaron en la Documenta de Kassel un
texto titulado “Las 100 anti-tesis del ciberfeminismo” con el que reivindicaban
la fuerza de la ironía como arma de intervención política radical. “El
ciberfeminismo no es una fragancia, no es una pipa, no es un fake, no es
genético, no tiene sólo un lenguaje...”. Como artefacto de des-re-codificación,
el ciberfeminismo se formula pues, voluntariamente, desde la parodia y el
territorio del mito: una historia de origen inidentificable, contada una y mil
veces, que niega la primacía de una única versión sobre las demás. Y así, se
convierte en un buen lugar para pensarnos, indeterminado y fluctuante, que
cobra sentido por la acumulación de prácticas dispares que, desde el arte, la
filosofía o la acción social han ido escribiendo las muchas micro-historias de
las que se compone. Ninguna más auténtica que las demás pero todas igualmente
válidas y cohesionadas en torno a una constatación, susceptible de muchas
declinaciones: la dimensión profundamente política de la tecnología.